Hay una parte de mí que no soy yo.
Es una voz que me habla como si supiera lo que necesito, pero no me conoce. Me dice cómo debería ser mi vida. Cómo debería vestirme. Cuánto debería ganar. A qué edad debería tener una casa, un hijo, un proyecto estable.
Esa voz no es mía, pero viví mucho tiempo obedeciéndola.
De hecho sigo viviendo por esa voz.
Yo la llamo Antonieta.
Y Antonieta sólo quiere protegerme.
Esa parte que no soy yo me mantiene en alerta, en deuda, en comparación. Me hace mirar hacia afuera para validar lo que siento adentro. Me habla desde los prejuicios que aprendí sin saberlo: que si no tengo esto o aquello, no valgo lo suficiente. Que si no cumplo con cierto estándar, me quedo atrás. Que si elijo lo que quiero, voy a fracasar.
Y sin embargo, algo cambió. O está intentando cambiar. (baby steps)
No fue de golpe.
Fue una sensación sutil al principio: una incomodidad que empezó a hacerse evidente. Como si mi cuerpo ya no pudiera seguir soportando el peso de todas esas exigencias que nunca elegí. Como si esa vida que estaba tratando de construir no me perteneciera.
Ahora estoy acá, en medio del proceso.
Soltando. Desprogramando. Aprendiendo a escuchar lo que yo quiero. No lo que quiere la versión de mí que fue criada para cumplir expectativas.
No sé del todo cómo se hace.
A veces me siento perdida. A veces me tiento con volver a lo seguro, a lo conocido. Pero cada vez que lo hago, algo se rompe adentro.
De hecho, siento que tanto no lo puedo evitar. Toda esta semana, por ejemplo, estuve viviendo por Antonieta. Escribir este newsletter es lo primero que hago en la semana por Mercedes.
Así que camino despacio, con la torpeza de quien está aprendiendo a vivir de nuevo, pero con la certeza de que esta vez quiero vivir por mí.
Y vos ¿cómo llamás a tu voz interna?