¿Por qué nos cuesta tanto hablar de lo que hacemos?
Confesiones de una creadora con vergüenza
Hay una parte del proceso creativo que nadie te cuenta, o al menos, no con la crudeza que se merece. Y es ese momento incómodo, casi paralizante, en el que tenés que salir al mundo a hablar de lo que hiciste, normalmente para venderlo, pero de eso vamos a hablar el miércoles en la edición de CRECE.
Es ese instante en el que tu creación, que hasta ahora era un refugio seguro, una idea que te entusiasmaba en la intimidad de tu cabeza y tu cuaderno, tiene que empezar a existir en la boca de otros. Y en la tuya.
Estoy justo ahí. Con CRECE. Con esta comunidad que estoy armando y que, les juro, me mueve por dentro, me ilusiona de una forma que pocas cosas lo han hecho. Siento que es importante, que es necesaria, que está naciendo de un lugar súper genuino. Pero cuando llega el momento de "hacer contenido al respecto", de "hablarle a la gente de esto", una parte de mí se contrae, se hace chiquita, se quiere esconder debajo de la mesa.
Me da una vergüenza que no les puedo explicar.
Y me pregunto, ¿de dónde carajo viene esta sensación? ¿Es mi timidez de siempre, que se activa como un mecanismo de defensa? ¿Es el viejo y conocido síndrome del impostor, esa voz de mierda que me susurra "quién sos vos para hacer esto, para ofrecer esto"? ¿Es el miedo a que me vean como una vendedora de humo, a que piensen que solo quiero sacarles plata? Creo que es un cóctel explosivo de todo eso junto. Y es agotador.
El cuerpo no miente: la física de la vergüenza
Cuando pienso en grabar un video hablando de CRECE, o incluso en escribir un post más "vendedor", lo siento en el cuerpo. Literal. Se me cierra la garganta, siento un calor que me sube por el cuello, me transpiran las manos. Es una reacción física de rechazo, como si mi sistema nervioso gritara "¡PELIGRO!¡CORRÉ! NO LO HAGAAAAAAS".
Es una contradicción andante, porque amo lo que estoy creando. Creo de verdad en su potencial para ayudar a otras emprendedoras. Pero el acto de "promocionarlo" se siente sucio, ajeno, como si me estuviera traicionando a mí misma de alguna manera. Como si el hecho de hablar de sus bondades le quitara toda la magia y la autenticidad.
Me encuentro a mí misma pensando en excusas: "Todavía no está perfecto, mejor espero", "Tengo que tener más testimonios antes de hablar con tanta seguridad", "Hoy no es un buen día, no tengo la energía". Y así, voy postergando. Y esa postergación, en lugar de aliviarme, me genera más ansiedad, porque sé que es necesario, sé que si no lo hago yo, nadie lo va a hacer.
Desarmando el nudo: ¿Impostora, tímida o simplemente humana?
Intento desarmar este nudo mental y emocional que tengo. Y me doy cuenta de que gran parte de esta vergüenza viene de una creencia muy arraigada: que el trabajo bueno "se vende solo". Esa idea romántica de que si lo que hacés es lo suficientemente valioso, la gente va a llegar por arte de magia, sin que vos tengas que hacer el trabajo "sucio" de mostrarlo y ofrecerlo. Spoiler: no pasa. O pasa muy, muy rara vez.
Y también está el miedo al juicio, claro. El miedo a que alguien piense "mirá esta, ahora se cree gurú de algo". El miedo a que la gente que me conoce de antes, de mis otras versiones, no entienda este nuevo rol. Es como si necesitara el permiso o la validación de todo el mundo para sentir que tengo derecho a ocupar este espacio. Y esa es una trampa mortal, porque esa validación unánime nunca va a llegar.
Me digo a mí misma que esto no es nuevo. Me pasó siempre. Con cada proyecto, con cada cosa que creé. La diferencia es que ahora, con CRECE, el compromiso que siento es más grande, la exposición es mayor, y por lo tanto, el miedo y la vergüenza también se sienten magnificados. Es proporcional a lo mucho que me importa. Quizás esa es una clave: la vergüenza aparece con más fuerza cuando estamos haciendo algo que de verdad nos interpela, que nos pone en un lugar de vulnerabilidad real.
Un pequeño paso para mí, un gran paso para mi proyecto
No tengo la solución definitiva. Estoy en medio del barro, intentando encontrar una forma de avanzar que se sienta un poco más amable conmigo misma. Y en estos días, lo único que me sirve es volver a lo mínimo indispensable, a los pasitos de bebé.
En lugar de pensar en "lanzar una campaña de marketing", pienso en "compartir una reflexión que conecte con el problema que CRECE quiere resolver". En lugar de "vender la comunidad", pienso en "invitar a las personas que creo que se pueden beneficiar a un espacio seguro". Cambiar las palabras me ayuda. Me quita un poco de esa carga pesada y marketinera que tanto rechazo.
También me ayuda volver a conectar con el "para quién". Cuando pienso no en mí y en mi miedo, sino en esa emprendedora que está del otro lado, sintiéndose igual de perdida y sola que yo me sentí tantas veces, algo se afloja. Porque entonces ya no se trata de mí y de mi ego, se trata de servir, de ayudar, de crear un puente. Y desde ese lugar, la vergüenza se vuelve un poco más manejable.
Una invitación a habitar la incomodidad (porque parece que no queda otra)
Así que acá estoy. Escribiéndoles esto, que es, en sí mismo, un acto de hablar de mi trabajo y de la vergüenza que me da. Quizás esta es mi forma de empezar. Mostrando el backstage, la cocina, el quilombo interno. Siendo honesta con lo que me pasa.
Si a vos también te pasa esto, si te da pánico hablar de tus creaciones, si sentís que te achicás cuando tenés que ponerle un precio o contarle a alguien por qué lo que hacés es valioso, te abrazo muy fuerte. No estás sola. No es un defecto tuyo. Es una herida común en las que creamos desde un lugar sensible, en un mundo que a veces parece premiar solo la estridencia.
Quizás el camino no sea esperar a que la vergüenza desaparezca para empezar a hablar, sino aprender a hablar con la vergüenza a cuestas. Dar ese pasito, aunque sea con la voz temblorosa. Porque lo que creamos merece ser visto. Y porque del otro lado, quizás, hay alguien que lo necesita desesperadamente.
Gracias por ser ese otro lado para mí.
Un beso,
Mer