Ayer tuve una sesión de mentoría de negocios que me llenó de claridad.
Encontré un modelo de negocio que me da tranquilidad y, por primera vez, siento que tiene cuerpo eso que hace más de un año vengo pensando, sintiendo y metiéndole cabeza.
Todavía no les quiero contar nada pero es un proyecto que creció lento pero firme, de la mano de mi trabajo personal, de la terapia, del coaching, de todo lo que fui aprendiendo para poder llegar a este punto sin forzar(me).
Porque creo que esa es la mejor forma de crear. Dejar que esa energía, o el universo, o como quieras decirle, te inunde y sólo salga de vos de la forma más natural posible. Sin depender de una estructura, sin depender de la inspiración. Sólo de tu versión más auténtica y conectada.
No es ansiedad. No es esa necesidad desesperada de tenerlo todo listo ya. Es más bien una certeza que me arde en las manos. Como si el proyecto ya no me entrara en el cuerpo. Como si tuviera que parirme a mí misma de nuevo. No es una metáfora romántica, es literal: hay una parte de mí que necesita que esto exista afuera, no solo adentro.
Hay una pequeñísima parte que se resiste, no lo voy a negar.
Mi voz interna me dice (bajito, pero está ahí) que “va a ser un montón”, “venderlo va a costar”, “¿y si no sale?”. Pero enseguida vuelvo a tomar las riendas de mi mente, mi voz gana potencia y, más calma, dice: “le metés dos meses a esto, lo lanzás, y después solo es estrategia, comunicación, pulir, ajustar”. Y vuelvo al centro.
Por primera vez no me estoy preguntando si vale la pena. No me estoy justificando. No me estoy comparando. Estoy convencida. No por arrogancia, sino porque sé que este proyecto es la síntesis entre mi carrera profesional y mi recorrido personal. Porque sé que, sin todo el trabajo interno que hice, ni loca hubiese llegado hasta acá.
Es un proyecto que nace de una necesidad vital. No solo de crear, sino de compartir. De ayudar a otros con algo que también me ayudó a mí. Y eso cambia todo.
Me siento distinta. Entusiasmada. Aliviada. Con la mente clara. Sé el plan. Sé el paso que sigue. Estoy alineada. Y, cuando estoy alineada, ya no necesito empujar. La constancia no duele. El proceso no pesa.
Le diría a quien está leyendo esto y se siente igual que lo sienta. Que lo deje arder adentro. Y después, sí, que lo piense. Que lo baje. Que lo planifique. Pero que nunca lo apague.
Ahora sí: las cosas que me inspiraron esta semana para seguir creando desde ese lugar genuino.
Cosas que me inspiraron esta semana:
Un objeto: La lámpara Mayday de Konstantin Grcic
Diseñada para ser funcional y versátil, la Mayday es un recordatorio de que las ideas más brillantes suelen nacer de necesidades simples. Un diseño que no pide permiso para existir: simplemente resuelve.
Una película: “Julie & Julia” (2009)
La historia de dos mujeres en épocas distintas, unidas por la cocina y por el deseo de darle forma a un proyecto personal. Verla es como mirar lo que puede pasar cuando seguís una idea hasta el final.
Un artista: Ruth Asawa
Escultora japonesa-estadounidense que transformó alambre en poesía. Su trabajo surgió muchas veces en medio del caos —entre maternidad, discriminación y guerra— y aún así creó con una delicadeza feroz. Su historia y sus obras me recuerdan que la claridad a veces nace del enredo.
Un ensayo visual: “Notes on ‘Camp’” de Susan Sontag
Una exploración bellísima y lúdica sobre el estilo, la ironía y el exceso. Si estás gestando algo creativo, leer a Sontag puede ayudarte a abrazar lo no-obvio, lo exagerado, lo estético. Porque a veces una idea despega cuando dejás de buscarle sentido.
Es todo por hoy! Nos leemos el lunes.
Las quiero.
Mer <3