Durante mucho tiempo creí que el problema era no tener ideas verdaderamente buenas. Tipo una idea súper revolucionaria que me convirtiera en la Steve Jobs latinoamericana.
Hoy sé que el verdadero problema (al menos para mi) era otro: tenía demasiadas ideas y quería hacer que cada una de ellas fuera un negocio sólido que me diera dinero, que fuera perfecto, impoluto, con el mejor packaging, el mejor producto, un branding espectacular y que me llevara directo a formar parte de alguna producción en Vogue.
Demasiadas ideas, demasiadas ganas, demasiados comienzos. Cero compromisos reales. Cero estructura. Cero conexión profunda con lo que hacía.
Caí taaaaaaantas veces en el hacer por cumplir mis ganas de tener un negocio rentable que perdí la cuenta y tengo la casa llena de materiales de “hijos” abandonados que fui dejando en el camino por falta de foco y de compromiso real.
Me frustraba ante el primer “fracaso”. Cada vez que sentía que las cosas no estaban saliendo como quería pagaba un branding nuevo, cambiaba de proveedor, de materia prima, de idea “principal”…
Saltaba de proyecto en proyecto como quien cambia de bombacha esperando que alguna me quede perfecta. Pero todo me picaba. Todo me apretaba. Nada me terminaba de cerrar. O, mejor dicho: yo no terminaba de entrar en nada.
Y si hoy me siento construyendo algo que sí puedo habitar, no es porque encontré “la idea ideal”, sino porque dejé de buscar ideas que me salvaran y empecé a comprometerme con las que me representaban. Las que podía sostener con calma. Las que, incluso si me daban miedo, me hacían bien.
Ese fue mi giro. No uno instantáneo, no una iluminación.
Fue un proceso.
Uno que me llevó a entender por qué abandonaba todo lo que empezaba: porque lo hacía desde el deseo de huir, no de construir. Porque no escuchaba mi cuerpo. Porque me dejaba llevar por lo estético, lo vendible, lo marketinero, lo aspiracional. Y no por lo verdadero.
El día que empecé a prestarle atención a eso que me daba paz —aunque no fuera lo más lógico, ni lo más brillante, ni lo más escalable— algo cambió. Me encontré, por primera vez, realmente comprometida con una idea. Una idea que me excede. Que no se trata solo de mí, sino de algo que quiero ofrecerle a otros.
No sé si va a ser mi idea para siempre. Pero hoy es la mía. Y eso basta.
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¿Cómo saber si una idea vale la pena?
La respuesta corta: viviéndola.
Pero también hay preguntas que te pueden ayudar a filtrar, afinar, elegir con más intención.
No para encontrar “la correcta”, sino para conectar con algo que puedas sostener desde tu energía, tu deseo, tu propósito.
Estas son algunas que me sirvieron:
¿Cuál es esa idea que no te deja en paz? Esa que vuelve una y otra vez, aunque la ignores. Aunque te dé miedo. Esa idea que te encuentra incluso cuando no la estás buscando. 1
¿Qué parte de esa idea te entusiasma, incluso si no es lógica? Capaz es una conversación que te dan ganas de tener. Un producto que te gustaría usar. Una historia que no podés dejar de contar.
¿Qué sentís en el cuerpo cuando pensás en esa idea? ¿Te da energía o te drena? ¿Te contrae o te expande? ¿Podés respirar adentro de ella?
¿Podés explicarla en una frase? No hace falta que sea perfecta. Pero si no podés contarle a alguien en una línea qué hacés y para quién… quizás no está lista. O quizás necesita otra forma.
¿Podés hacer una versión mínima esta semana? No hace falta que lances. Solo que la pongas en acción. Una clase. Un post. Una conversación. Algo que te conecte con eso que querés construir.
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Lo que aprendí del compromiso
Comprometerse no es hacer todo perfecto. Es elegir sostener algo incluso cuando no tenés resultados inmediatos.
Es dejar de buscar garantías y empezar a ofrecer presencia.
Es decidir que esta vez no vas a abandonar solo porque el inicio no fue explosivo. Que esta vez vas a darle una oportunidad real.
Hoy me siento construyendo algo que no depende solo de la inspiración. Lo estoy haciendo desde el hábito, desde la estructura, desde un espacio interno que se siente en calma.
Y esa es mi nueva definición de éxito: poder crear algo que me represente y que me haga bien mientras lo hago.
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Un ejercicio para poner en práctica
Si estás entre ideas, te invito a hacer este mapa de validación creativa. No te va a dar todas las respuestas, pero sí te va a ayudar a ver con más claridad cuál de esas ideas tiene potencial de convertirse en tu próximo compromiso.
Mapa de Validación Creativa:
¿Cuál es la idea que más vuelve a tu cabeza últimamente?
¿Qué parte de esa idea te entusiasma?
¿Qué parte te da miedo o te hace dudar?
¿Cómo podrías probarla esta semana con lo que ya tenés?
¿A quién podría servirle hoy, aunque no te pague?
No busques certezas. Buscá señales. Sensaciones. Energía.
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Prompt de journaling
¿Con qué idea me comprometo aunque todavía no dé frutos?
Escribilo sin editarte. No es para mostrar. Es para encontrar tu voz. Para que, cuando las dudas vuelvan, tengas algo firme a lo que volver.
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Si esto te resonó, me encantaría saber en qué punto estás. Qué idea estás masticando. Qué intuición estás empezando a escuchar.
Gracias por estar acá.
Gracias por construir lento.
Gracias por seguir.
— Mer♡
Un pequeño consejo acá es que la pienses de forma abstracta. Por ejemplo: si tenés una marca de ropa o te gustaría tenerla, pensá en cómo te gustaría que se sienta tu clienta. Querés hacer ropa porque creés que vas a tener dinero? o querés tener una marca de ropa porque te gustaría darle a mujeres prendas en las que se sientan hermosas?